viernes, marzo 23, 2012

Entrevista a Christian Rodríguez Büchner



Christian Rodríguez se autoeditó Constelaciones, un libro de relatos imbricados, y su recepción ha resultado sorprendente para una obra que no se promocionó. Tal vez se deba a que su prosa se lee sola, nos lleva en volandas, y más que estar leyendo, tenemos la impresión de estar viendo y viviendo, y aún lo disonante se nos hace cercano. Ahora su libro pasa a llamarse Lluvia de barro y ya proyecta editarse a mayor escala.


-Jorge Luis Borges estaba más orgulloso de ser buen lector que escritor. ¿Es tu caso?
Sí. En los momentos de angustia, cuando veo que el futuro viene igual que el presente, tengo la certeza, o más bien la necesidad de creer, que la vida vale la pena sólo por siete u ocho libros y por no más de tres o cuatro compositores. Pero luego pienso en algunos paisajes de infancia, en el olor de mis primeras mujeres (algunas olían a colonia de guagua o a detergente), en la posibilidad de estar borracho, o en países que aún no he visitado, y se me pasa. Al igual que Lihn, creo que la realidad no es verbal. Por suerte.

-¿Es compatible la profesión docente con la creación literaria? ¿Es posible sobrevivir a las 400 horas semanales de que se quejaba Parra?   

No. La pedagogía sólo es compatible con magísteres de cartulina y licencias por estrés. Los profesores sobreviven a cualquier colapso nervioso mientras no pierdan su frágil posición en la clase media. Los profesores ya no son agentes de cambio, sólo de continuidad. Por supuesto que hay excepciones, así como siempre hay uno o dos chicos a los que les funciona estar sentados frente al pizarrón durante ocho horas diarias; eso no significa que el sistema funcione. No basta movilizarse por el tema de financiamiento, hay que cambiar la educación en toda su geometría; desde la parcelación de los ramos (no veo por qué el arte no debería considerar a las matemáticas y viceversa) hasta el significado de la sala de clases, para cambiar la concepción de cárceles light por espacios de movilidad y descubrimiento.


-¿Podrías elegir tres autores claves en el desarrollo de tu narrativa, y el porqué de su importancia?

Ahora estoy leyendo a Mario Levrero, por su espiritualidad obscena y porque es la demostración de que no hay límites para escribir. Hay que leer más y mejor a Levrero. También estoy releyendo a San Agustín, por su acercamiento productivo hacia el misterio de la gracia. Y a Jorge Teillier, sólo para releerlo sin la presencia de sus seguidores, que se han multiplicado exponencialmente hasta conformar una especie de secta con estrictas normas de costumbres, lecturas y alimentación.



-De Constelaciones a Lluvia de barro. ¿Por qué ese cambio de título?

El título nuevo es más coherente con la estética de los relatos, con la rabia y el paisaje. El título anterior no era malo; trataba de destacar la carga poética del libro así como los nexos entre personajes distantes. Es sólo que con las semanas me fui dando cuenta que sonaba muy grande, muy zurita. Y eso terminó por convencerme

 ·-En Lluvia de barro aparecen algunas referencias cinematográficas. ¿Tus relatos son cine que se lee? Y, de serlo, ¿a qué realizadores te gustaría parecerte?

Nací en 1985, cuando lo mejor de la cultura popular ya había muerto hace años. Prefiero las películas malas; spaghetti westerns, películas de gangsters, y algunos dramas cursis que me da vergüenza nombrar. Y no me veo siendo realizador, aunque sí me gustaría protagonizar alguna comedia romántica de bajo presupuesto. Sería entretenido, y me ayudaría a enfrentar este problema que tengo con mi propia imagen.

Antes que el cine prefiero las imágenes, los ojos, la convergencia de elementos tangibles en un cuadro; las nubes, el viento, la textura de la piel, el sonido de la respiración. Normalmente se dice que la realidad es insoportable. Pienso lo contrario; frente a las pesadillas (que sufro al menos dos de cada tres noches) o a ciertas presiones existenciales y económicas que a veces me atacan al mismo tiempo, tiendo a reconectarme con la luz de las ampolletas, el color de las sábanas, el brazo desnudo de mi mujer, y el sonido de los autos pasando por la avenida.

Prefiero la fotografía y la pintura antes que el cine. Y antes que la fotografía prefiero a la música; puedo vivir más una semana sin poesía, pero vivir una semana sin escuchar a Grieg, ni a Chopin, ni a Bartok, ni a Glass; ni cagando.

          
-¿La vida tiene un plan predeterminado? ¿Y tus relatos?

Más que un plan, la vida tiene una misión; tratar de ser uno mismo, que nuestra literatura sea coherente con nuestro temperamento, aunque sea irracional, aunque sea indefendible. Rechazarlo todo, ser obstinado, trabajar hasta la desesperación o la liberación. Esa es la única forma de conseguir una estética propia.


-Tu libro, aunque autoeditado, ha sido considerado en numerosas reseñas, alguna incluso en diarios de tirada nacional. ¿Qué expectativas tienes para la difusión de tu trabajo? 

Ha tenido una muy buena acogida, no me lo esperaba. No son historias con temas muy “cool”. Tienen harto paisaje, absurdo, sexo, introspección, y lo mejor de todo es que no aparece ningún escritor. Todas esas lecturas y apariciones me tomaron por sorpresa, y se las debo a cinco o seis personas que son como un frágil puente de tablas entre libros como estos y los medios. Un puente que se puede desplomar en cualquier momento y que hay que cuidar y ojalá prolongar.

En cuanto a la distribución, tengo intenciones de buscar una editorial; sólo buscar. No sé si la encuentre, no voy a pagar un millón de pesos para que me publiquen. En Chile, eso es muchísima plata. Frente a eso, es más digno distribuir libros de mano en mano antes que pagar cinco sueldos mínimos a cambio de copias que se pudren en dos librerías por culpa de una distribución floja. La literatura independiente debe encontrar nuevas formas de distribución (en papel y en digital) que no pasen necesariamente por las librerías. Para eso, habría que aunar fuerzas entre varias revistas para así multiplicar los contactos reales en distintas zonas del país, y crear una editorial online selectiva y creíble, que incorpore a escritores y a universidades, y con la participación abierta y descarnada de los lectores, antes que seguir apostando por la dispersión, la abulia y la falta de actualizaciones.

- ¿Puedes hablarnos de los proyectos en que estás avanzando?

Por ahora estoy siguiendo un consejo de Aldous Huxley; un escritor debe ensayar todos los géneros posibles. Columnas, críticas, reseñas, entrevistas, posteos. Todo. Y además estoy trabajando en una novela sobre la identidad, el vacío, la esquizofrenia, y una nueva forma de amor.

jueves, marzo 22, 2012

LAS TINTAS CARGADAS.

Entrevista a Luis Marín, autor de Ciudad Sur (Del Aire Editores)





Por Javier Aguirre Ortiz, desde Temuco.





El periodista Luis Antonio Marín (Lota, 1972), afincado en Temuco desde 1980 -con ciertos intervalos santiaguinos para seguir estudios-, es uno de los narradores más destacados de la Aracanía en la actualidad. Entre 2007 y 2011 trabajó en la que es su segunda novela de relatos imbricados, “Ciudad Sur” (Del Aire Editores), oscuro reflejo de Temuco, cuyo primer lanzamiento hizo el 16 de diciembre de 2011 en la urbe de marras y que espera relanzar en el otoño que se apresta, también en Santiago. Todo en las tintas de Marín es más reconcentrado, las nubes son más grises, las borrascas más violentas; la intensidad es su sello indeleble.





-“Ciudad Sur” es una visión reconcentrada, abigarrada, de tintas cargadas. ¿Por qué carga sus tintas Luis Marín?



Lo de abigarrado en el sentido de heterogéneo, lo concedo, pero no en en sentido de confuso, pues todo en “Ciudad Sur” (prólogo, epígrafes bíblicos, relatos y notas al pie) terminó siendo parte de un programa, digamos, y está fríamente calculado, como dice un superhéroe mexicano. Ahora, sobre las tintas cargadas, eso responde a la línea editorial del libro, que está dada por uno de los epígrafes del comienzo, que apela a la superioridad estética del relato reconcentrado, cuyas frases, deudoras del lenguaje poético en mi caso, tienen una fuerza simbólica y una capacidad de síntesis o tonelaje semántico –lo digo con humildad– que hace innecesarias las excesivas descripciones. En mi libro de relatos imbricados hay a lo menos cuatro o cinco novelas entrecruzadas.



-La objetividad es impensable en lo humano. El fotógrafo elige lo que retrata. ¿Cuánto hay de ti en el retrato de la ciudad que habitas?



Hay un ajuste de cuentas, claro está. Pero esa visión un tanto descarnada permite que mi obturador se detenga en situaciones, acaecidas en los 90 y en la primera parte de la década siguiente, que muchos soslayan, por intereses creados o por el pathos de la desmemoria. En esta progresiva ciudad fundada sobre el robo legalizado contra los mapuche, hay mucha oscuridad. Dos ejemplos: a comienzos de los 90 un ingeniero civil fue ultimado con más de 50 puñaladas y el juez habló de suicidio; el emprendedor que fundó y desfondó una universidad y estafó a media ciudad, regresó tiempo después y nadie –ni hablar de los medios influyentes– dijo nada.



-En tu escritura se adivina una tensión entre el periodista y el fabulador, y los lindes entre ambos se desdibujan. ¿A qué responde ese juego o esa indecisión entre el reportaje y la ficción?



Es parte de las leyes de la novela realista: ser verosímil, aunque no necesariamente exacto (¿quién lo es?, ¿qué lo es?, ¿por qué tendría que serlo un mero literato?). En mi libro no le salen alas verdes a los personajes.



-Leonardo Sanhueza habló de “carnaval de esperpentos” para referirse a tu novela. Crees que la estética del esperpento (los espejos deformantes) está vigente y es pertinente y necesaria aún hoy?



Sin duda que está vigente, como casi todas las estéticas cuando pueden provocar un abanico de emociones, por ejemplo hilaridad. Mi estética tiene algo de la cinematografía norteamericana, donde nadie se cuestiona la “legitimidad” de la monstruosidad, en parte porque se asume que recrearla es tal vez conjurarla.



-Muchos de los personajes de la novela son reconocibles, tienen un parecido con la realidad que no es casual. ¿Has buscado algún impacto con ello? ¿Hasta qué punto Ciudad Sur hace “farándula de la literatura”?



La expresión “farándula”, que alude a la aristocracia bastarda de la televisión, no me parece pertinente acá. Si bien apelo a impresionar al lector de mi comunidad (la de “Ciudad Sur” y la de algunos escritores nacionales) mencionando sujetos reconocibles –estrategia atendible en el combate contra el neoanalfabetismo y el desinterés lector–, mis personajes tienen una profundidad y una complejidad muy superiores a los de farandulandia. Además, no me agoto en ese solo recurso. Pero, ya que lo mencionas, creo que a los escritores nacionales les haría bien una cierta dosis de gnoseología televisiva: manejar quizás el látigo de la paradoja sin autoflajelos para irrumpir en tales nichos a la fuerza.



-Carlos Barra Acún es el personaje con más peso del libro. ¿Puedes contar algo de la persona real que lo inspiró? ¿Ficcionalizarlo, no le quita relevancia a lo que podría haber sido un reportaje impactante?



En un contexto de “periodismo ciudadano”, el reportaje, incluso el de denuncia, se ha vuelto en Chile casi insignificante, pues el problema de la información no pasa por la censura de los medios o del cuerpo social, sino por su irrelevancia en las redes del poder. Ni siquiera libros como los de la periodista María Olivia Monckeberg logran insertarse en la agenda pública. Por otro lado, creo que la literatura tiene sus propias leyes: tiene un valor en sí misma por ser un objeto de arte, pero también puede apelar a insertarse en lo que podríamos llamar “hechos reales” o periodísticos. Sobre el personaje principal de “Ciudad Sur”, puedo decir que es un impenitente y desalmado emprendedor, un hijo del libertinaje económico, aunque bastante carismático, que está lejos de haber dicho su última palabra.



-En la parte final, “Violento Sur”, parece que la ficción se lleva la palma y las ligaduras con la realidad se sueltan. ¿No estás más cómodo en la pura fabulación, con sus leyes propias, independientes de las de lo real?



Las leyes de lo que llamas fabulación (que yo llamaría ficción) no difieren, en la novela de corte realista, con lo que se llama realidad. En mis relatos –como por ejemplo el que mencionas y que es una novela en si mismo– no le salen alas a los personajes. Y algo importante: para diferenciar a los personajes de las personas en quienes se inspiraron, yo modifico los nombres de estas que, dicho sea de paso, nadie conoce en Francia, por decir algo. Es extraño, pero a un poeta difícilmente le harían cuestionamientos de ese orden.



-¿Qué nuevos proyectos tienes?



Hay un imaginario ya trazado, con sus leyes y su música propia. Espero reiterar algunos personajes y dibujar otros sucesos, aunque de la misma época, que serán protagonizados por alguien que sale esbozado en “Ciudad Sur”: un sujeto de uniforme y de pasado extraordinario. El próximo libro debiera elaborarse en mucho menos tiempo.



-¿Cómo ves el panorama de la narrativa actual en la Araucanía?



Si hablo de mi generación y de la siguiente, tendría que mencionar al ya publicado Claudio Maldonado, que está construyendo una novela alegórica, y a Christian Rodríguez, que a sus 26 acaba de autoeditar su libro de cuentos “Constelaciones”. De todas formas, es irresponsable responder esa pregunta, porque uno no puede hacer apuestas a futuro de acuerdo a una fotografía del presente, y además porque apenas conozco la realidad de las otras comunas de la región.

miércoles, marzo 14, 2012

Tiempo para vivir


Algo funciona mal, algo está mal montado cuando ya no tenemos tiempo para vivir. ¿Y a qué entonces hemos venido? ¿A desvivirnos solamente?  El sacrificio, esa es la clave. ¿Filosofía medieval? ¿La vida es un valle de lágrimas? ¿Así ha de ser? ¿De qué estamos hablando? Perdónanos nuestras deudas, abecedín. Montañas de cosas nos esclavizan, nos aturden, nos aplastan, nos desaparecen. Nos esperan a la salida desde la prisa hasta la prisa. En el intérvalo no hay nada. Ya nadie sabe qué es viajar. Sube, baja, maletas, malestares, asesinos, denuncias. Algo funciona mal cuando cada paréntesis nos impide vivir. Cada vez más las puertas correderas, los ascensores vencedores, las lavadoras inquisidoras, dora la aspiradora, dora la esperadora, dora la desesperadora. La educación competiviva. El arribismo monstruoso. Las agujas de los tacones. La prisa, la prisa, la prisa. Peor aún, la complacencia, la resignada sistemía. Ya nada se puede cambiar. Sigamos en la lavadora, dando vueltas como payasos con los colores desteñidos. Ya no hay tiempo para vivir, ya no hay tiempo para vivir.

Y me dirán, en todo esto qué es lo que pintan los artistas, los que viven del ocio ajeno; ¿algo nos tienen que decir? Esos locos que tienen tiempo, que se pasean por el mundo, los que saludan a los árboles, los que apenas poseen una sombra desmemoriada, ¿a qué saltan en el semáforo? ¿Están haciendo qué señales? Escupen fuego, bailan, cantan, ¿descongestionan la avenida? ¿Qué han venido a hacer a esta hora con sus rostros interrogantes? ¿Por qué nos saludan así?

martes, marzo 13, 2012

Entrevista a Jaime Medina


Leer en T21

miércoles, marzo 07, 2012

La obra y el silencio




Los poetas pretenden perdurar, seguir sonando contra el tiempo. Pero a veces insisten demasiado. Se empeñan en seguir apareciendo, en que su voz se escuche, que resuene. Y esos ecos son los que lo asesinan. La poesía que da con las paredes, y que va de eco en eco repitiéndose, la poesía que pugna contra el aire, se muere, porque no es poesía la voz que nació muerta. Las palabras son enemigas de la palabra. Por eso no es conveniente agitar al poeta, llevarle de escenario en escenario itinerando como mono de feria. Tal vez Rafael Alberti sea el prototipo de gran poeta que al popularizarse se diluyó (¿nos atreveríamos a decir lo mismo de Neruda, de quien Gonzalo Rojas dijo que era un genio pero escribía demasiadito?). En el caso de Alberti la crítica afirma que sus dos mejores libros (Marinero en Tierra y Sobre los ángeles) los escribió antes de los 30 años, y que en su vasta trayectoria posterior, cuando ya era figura, ninguna obra estuvo al mismo nivel. Las bambalinas, el barullo, la agitación, los focos, no suelen ser buenas aliadas del poeta, acaban llevándolo a los versos circunstanciales, al contento inmediato del público asistente, a la dedicatoria y reverencia. El silencio es el aliado del poeta, y esa otra forma del silencio que es la música; escuchar con los ojos a los muertos, lentamente fraguar la obra callada. Y la inquietud, la insatisfacción, la apertura a los cambios de tiempo. La poesía es enemiga de las rutas prefijadas, de las repeticiones; nada más lejos de la poesía que los poetas que defienden legados inmutables, los petrarquistas petrificando a Petrarca, los modernistas acartonando cisnes, los vanguardistas fijando innovaciones. Qué misteriosamente te desmarcas, poesía, de todos cuantos dicen conocerte. Tú, la desconocida.

Javier Aguirre

martes, marzo 06, 2012

Marta Trecaman deletrea la lluvia

Comarca Ediciones presentó recientemente "Entre lunas neónicas", de la poeta Marta Trecaman Cohas, un poemario que, aunque está escrito en castellano, es expresión de la cosmovisión Mapuche, y más concretamente de las vivencias de una mujer de la tierra entre el arraigo y el desarraigo de mapuche urbana, como ella misma confiesa.

Con los pies en el barro de la memoria Marta Trecaman escribe, camina en su Llamuco las sendas ancestrales, se demora en los lindes en que el tiempo abolido la cobija. Los remedios devuelven su color a la luz, orillas verdes. A Marta le duele la desmemoria, el tráfago, el ruïdo, se recompone a sorbos de diálogo con los antepasados, con su ñaña, con sus seres queridos, sus hijos, sus lamgen, y sus dolores son también el suyo. Marta escucha el latido de la tierra, y el del kultrun lunar. Canta por todos.

Alfabeto de lluvia deletrea, dialoga con los signos amados, las hojas bienhechoras, necesita de la luna, de las vertientes, sus raíces le recuerdan, le recuerdan, le recuerdan quién es, quién no puede dejar de ser, a pesar del cemento, del asfalto, del helicóptero policial (“Vigía”), de cuanto la separa de la tierra, de las lunas neónicas que la rodean y le ciegan la verdadera luna dual en que se cumple el mundo, en que todo conserva su equilibrio, y ella encuentra, a través también de los silencios, de las conversaciones con la naturaleza, a través de su sangre prisionera, a través de su sangre voladora, de su dulce sentir, sus soledades, siente la voz que le perdieron, que no puede perder, siente en el llanto aquella luz que llueve, la transparencia, siente la voz antigua y tan cercana, el agua rodeándola, envolviéndola, amándola, devolviéndola al mundo y a la vida, los sueños verdaderos, los pewma, la poesía.

viernes, marzo 02, 2012

El silencio tiene la palabra




Hablar del silencio no deja de ser un contrasentido, pero de oxímoros está compuesta la poesía de Cristian Cayupan, poeta mapuche que escribe predominantemente en castellano. Tal y como dice Damsi Figueroa en el prólogo de la última entrega de este joven lafkenche, esta contradicción no rebatiría el profundo carácter mapuche de su obra, ya que bajo el español de Chile que es materia de su canto, está la lengua de la tierra dictando voces rebeldes, insumisas, desordenantes, materia primera e innegable, mineral sumergido y presente. Su voz contiene ese silencio que golpea con irreverencia, con sordez, asistemático, trunco, como un puño cortado o como un ala, quién sabe.

Pero escuchemos esos insistentes silencios que asoman desde el título, tomado del poema “Exiliado en la taberna”:

En el tejado somos usuarios del silencio,
con el consentimiento de la luna
coincido con la belleza del tejado
y el lenguaje que usa la noche
mientras moramos en la oscuridad
y nos despojamos del alumbrado eléctrico.

El silencio aquí es despojamiento, un habitar en la noche primordial, donde habita la sangre oscura de la raza, de la naturaleza clandestina.

También con silencio se abre el libro:

Me convive el silencio

Alojado en la piedra
me convive el silencio
como una tímida letra
habitando en la celda de un crucigrama;
como un tallo incrustado en su flor
me palpita el mutismo
cuya roca me pervive el recuerdo.

Aquí no es la noche, sino la piedra el refugio de la memoria; como esa letra ausente de la celda del crucigrama, que aunque no se vea está, latente; así el poeta en su propia celda, así la voz en su propio silencio.

Frente a ese silencio están los rumores, que no son sino ruido pasajero:

Solamente rumores
adornan las súplicas
de los verdugos.

Se abolirán las leyes
viajadas de otros reinos.


Como el silencio contiene la voz sumergida y prometida, también la muerte contiene en sí la vida por venir:

Algún día la muerte, con todas sus osamentas
en el silencioso ocaso
se llamará poesía perpetuamente
como las majestuosas piedras del camino
cuyo secreto se ha prolongado se ha prolongado
de camino en camino
de tediosas jornadas, de veladas invernales.

Silencio es también ausencia, presente ausencia:

Aunque mi idioma sea el silencio,
no me he de callar
en esta habitación.
Este corazçon nunca fue mío,
ni de la humanidad,
sino de quien nunca existió.

El poeta es joven y sin embargo vive en sí el peso de otras edades, y deshace su andar:

Derrochamos la juventud,
en una hilera de calles
que van desfilando por roncas piedras
cuyo secreto es borrar las huellas andadas.
La muerte es lo más parecido al silencio.

“El oficio del silencio” sería el de vivir en lo borrado, en lo ambiguo, donde aún se leen “sombras majestuosas”:

Los días emergen en silencio
sin emitir susurro alguno.
En tan confusa penumbra
no existe la noche
puesto que no se pone la noche
sino la majestuosa ambigüedad.
Se desprenden de tal escenario
relatos que aún perviven
en el negror de las sombras.

El silencio es, pues, el camino para encontrar los relatos, la palabra perdida.

Podríamos continuar citando versos protagonizados por el silencio, pero preferimos que el lector los descubra en su propia busca. Algo nos va quedando claro, sin embargo: el silencio tiene la palabra en la poesía de Cristian Cayupan.



Javier Aguirre Ortiz

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