miércoles, marzo 07, 2012

La obra y el silencio




Los poetas pretenden perdurar, seguir sonando contra el tiempo. Pero a veces insisten demasiado. Se empeñan en seguir apareciendo, en que su voz se escuche, que resuene. Y esos ecos son los que lo asesinan. La poesía que da con las paredes, y que va de eco en eco repitiéndose, la poesía que pugna contra el aire, se muere, porque no es poesía la voz que nació muerta. Las palabras son enemigas de la palabra. Por eso no es conveniente agitar al poeta, llevarle de escenario en escenario itinerando como mono de feria. Tal vez Rafael Alberti sea el prototipo de gran poeta que al popularizarse se diluyó (¿nos atreveríamos a decir lo mismo de Neruda, de quien Gonzalo Rojas dijo que era un genio pero escribía demasiadito?). En el caso de Alberti la crítica afirma que sus dos mejores libros (Marinero en Tierra y Sobre los ángeles) los escribió antes de los 30 años, y que en su vasta trayectoria posterior, cuando ya era figura, ninguna obra estuvo al mismo nivel. Las bambalinas, el barullo, la agitación, los focos, no suelen ser buenas aliadas del poeta, acaban llevándolo a los versos circunstanciales, al contento inmediato del público asistente, a la dedicatoria y reverencia. El silencio es el aliado del poeta, y esa otra forma del silencio que es la música; escuchar con los ojos a los muertos, lentamente fraguar la obra callada. Y la inquietud, la insatisfacción, la apertura a los cambios de tiempo. La poesía es enemiga de las rutas prefijadas, de las repeticiones; nada más lejos de la poesía que los poetas que defienden legados inmutables, los petrarquistas petrificando a Petrarca, los modernistas acartonando cisnes, los vanguardistas fijando innovaciones. Qué misteriosamente te desmarcas, poesía, de todos cuantos dicen conocerte. Tú, la desconocida.

Javier Aguirre

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