lunes, febrero 07, 2011

Segundo y el cronómetro






Segundo es un cronopio muy medido. Estoy hablando de Segundo Antares, un agudo escritor de Río Negro, que lleva al máximo la máxima de Baltasar Gracián (un jesuita que fue mejor leído en Alemania que en su propia tierra) que reza “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. O tal vez debiéramos decir que lleva la máxima al mínimo, o el mínimo al máximo (suban estrujen bajen). Segundo –que en realidad se llama Mauricio, no se lo digan a nadie- anda con su libreta capturando conceptos, exprimiendo ideas, y alineándolas. De entre sus hallazgos, no es raro encontrar destellos de genialidad, como este:

MEDIO AMBIENTE
Efectivamente, nos va quedando la mitad.

Dijo Segundo en una lectura de sus escritos (microrrelatos en su mayor parte, y también poemas) que la sociedad de hoy reclama inmediatez, y que sus obras están en consonancia con esta exigencia. O tal vez quería decir sencillamente que no tenemos tiempo para detenernos y que en el tráfago sólo es posible intercalar alguna línea suelta, acaso de manera semejante a los intermitentes anuncios publicitarios o a las rápidas líneas parpadeantes de la carretera. Puede que tenga razón. Tal vez la literatura no tiene lugar, y la única manera de sobrevivir sea adaptarse al medio. Quizá su afán y su éxito consisten en sacar a la literatura de los márgenes, y usar esas líneas como palos en la rueda para ponernos la zancadilla, para sorprendernos o sencillamente para entretenernos, que no es poco.

De todas formas hay algo de limitante en la brevedad. Es como si en tan breve espacio no se pudiera llegar a aparecer. Comentó el propio Segundo Antares de dónde venía su nombre, que es su pseudónimo: Antares es una fase de un juego que le demandaba superarse por su gran dificultad. Esa superación, al parecer, le lleva a buscar la dificultad, el ingenio al máximo, como un reto mental: el menos es más del minimalismo (-=+). No es raro, sin embargo, que en algunas sagas vuelvan a interesarse por el origen del héroe para continuar la historia. Quizá el tercer Antares, el Antares que supera al Segundo, esté antes de éste y sea simplemente Mauricio, que tiene mucho más nombre de cronopio, que acaso no se preocupa del cronómetro, que tiene algo que contar sin contar el tiempo, y que a buen seguro, nos daremos el tiempo de escuchar.



Edición n°112 de Tiempo 21

sábado, febrero 05, 2011

La dignidad en pie de paz







Recientemente Héctor González de Cunco compartía su foto diaria por facebook y alguien comentaba que era demagógica. En la foto aparecía la negra estatua de Caupolicán atosigada, avasallada por cegadores colores publicitarios. El propio Héctor se preguntaba en qué sentido podía interpretarse como demagógica la imagen. El autor del comentario no respondió. Tratemos de hacerlo. Caupolicán, con su tronco a cuestas, fue elegido toqui por la llegada del invasor extranjero. En la imagen el contraste, el enfrentamiento, se produce entre los colores agresivos de la publicidad y el negro reconcentrado de la estatua. Quizá, poniéndonos a jugar a adivinos, la figura de Caupolicán tiene una simbología un tanto belicosa y por ahí se ha interpretado poco menos que se representa exageradamente la opresión del pueblo mapuche, y que es un llamado a la rebelión. Una cosa está clara: la fotografía no miente (no es un montaje); en todo caso, expresa un punto de vista.


En esos destellos de bisutería de los soles publicitarios, lo que vemos (¿o deberíamos decir lo que no nos deja ver?) son los focos de la globalización, la ilusión de la uniformidad –vestida de universalidad- que hace que olvidemos la raíz. No nos engañemos. Si hay alguna expresión demagógica presente en la fotografía, esta es precisamente la publicidad. La publicidad es el arte de la ilusión (que en portugués significa únicamente engaño). Por otra parte, más allá de interpretaciones simbólicas, la foto representa una denuncia objetiva de la contaminación visual que rodea el monumento que da nombre a la importante arteria de Temuco. Hay que cuidar los símbolos.

La foto, no puedo no añadir, me recuerda aquellos sonoros, brillantes versos de Darío: “Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, /le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, / y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán. // «¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta. / Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta», / e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.”, en cuya potencia y tenacidad parece resonar otra hazaña primordial, la de Gilgamesh, el primer héroe épico, atravesando la noche interminable hasta que de nuevo y por fin sale el sol. Como si esta vez, en una inversión de términos, como si viéramos un negativo, esa noche de colores debiera ser superada por el silencio de la identidad, la búsqueda interior de quien sale de la memoria preñado de luz nueva.

La fotografía de Héctor González de Cunco se dedica a distinguir las voces de los ecos, la apariencia de la autenticidad, a desenmascarar lo falso y a rescatar lo verdadero. Y la demagogia es precisamente una de las cáscaras que rompe. De entre sus retratos surge rotunda y hermosa la dignidad de la Araucanía, y en particular del pueblo Mapuche. Un pueblo y una región que están de enhorabuena, porque precisamente estos días Héctor González comunicaba que ha culminado la realización del proyecto fondart “Retrato azul de la Araucanía”, que es parte de un reconocimiento otorgado al poeta Elicura Chihuailaf, un regalo cercano para un pueblo en pie.


Javier Aguirre Ortiz

Columna publicada en Tiempo 21 de Temuco n°110

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