viernes, marzo 02, 2012

El silencio tiene la palabra




Hablar del silencio no deja de ser un contrasentido, pero de oxímoros está compuesta la poesía de Cristian Cayupan, poeta mapuche que escribe predominantemente en castellano. Tal y como dice Damsi Figueroa en el prólogo de la última entrega de este joven lafkenche, esta contradicción no rebatiría el profundo carácter mapuche de su obra, ya que bajo el español de Chile que es materia de su canto, está la lengua de la tierra dictando voces rebeldes, insumisas, desordenantes, materia primera e innegable, mineral sumergido y presente. Su voz contiene ese silencio que golpea con irreverencia, con sordez, asistemático, trunco, como un puño cortado o como un ala, quién sabe.

Pero escuchemos esos insistentes silencios que asoman desde el título, tomado del poema “Exiliado en la taberna”:

En el tejado somos usuarios del silencio,
con el consentimiento de la luna
coincido con la belleza del tejado
y el lenguaje que usa la noche
mientras moramos en la oscuridad
y nos despojamos del alumbrado eléctrico.

El silencio aquí es despojamiento, un habitar en la noche primordial, donde habita la sangre oscura de la raza, de la naturaleza clandestina.

También con silencio se abre el libro:

Me convive el silencio

Alojado en la piedra
me convive el silencio
como una tímida letra
habitando en la celda de un crucigrama;
como un tallo incrustado en su flor
me palpita el mutismo
cuya roca me pervive el recuerdo.

Aquí no es la noche, sino la piedra el refugio de la memoria; como esa letra ausente de la celda del crucigrama, que aunque no se vea está, latente; así el poeta en su propia celda, así la voz en su propio silencio.

Frente a ese silencio están los rumores, que no son sino ruido pasajero:

Solamente rumores
adornan las súplicas
de los verdugos.

Se abolirán las leyes
viajadas de otros reinos.


Como el silencio contiene la voz sumergida y prometida, también la muerte contiene en sí la vida por venir:

Algún día la muerte, con todas sus osamentas
en el silencioso ocaso
se llamará poesía perpetuamente
como las majestuosas piedras del camino
cuyo secreto se ha prolongado se ha prolongado
de camino en camino
de tediosas jornadas, de veladas invernales.

Silencio es también ausencia, presente ausencia:

Aunque mi idioma sea el silencio,
no me he de callar
en esta habitación.
Este corazçon nunca fue mío,
ni de la humanidad,
sino de quien nunca existió.

El poeta es joven y sin embargo vive en sí el peso de otras edades, y deshace su andar:

Derrochamos la juventud,
en una hilera de calles
que van desfilando por roncas piedras
cuyo secreto es borrar las huellas andadas.
La muerte es lo más parecido al silencio.

“El oficio del silencio” sería el de vivir en lo borrado, en lo ambiguo, donde aún se leen “sombras majestuosas”:

Los días emergen en silencio
sin emitir susurro alguno.
En tan confusa penumbra
no existe la noche
puesto que no se pone la noche
sino la majestuosa ambigüedad.
Se desprenden de tal escenario
relatos que aún perviven
en el negror de las sombras.

El silencio es, pues, el camino para encontrar los relatos, la palabra perdida.

Podríamos continuar citando versos protagonizados por el silencio, pero preferimos que el lector los descubra en su propia busca. Algo nos va quedando claro, sin embargo: el silencio tiene la palabra en la poesía de Cristian Cayupan.



Javier Aguirre Ortiz

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