La dignidad en pie de paz
Recientemente Héctor González de Cunco compartía su foto diaria por facebook y alguien comentaba que era demagógica. En la foto aparecía la negra estatua de Caupolicán atosigada, avasallada por cegadores colores publicitarios. El propio Héctor se preguntaba en qué sentido podía interpretarse como demagógica la imagen. El autor del comentario no respondió. Tratemos de hacerlo. Caupolicán, con su tronco a cuestas, fue elegido toqui por la llegada del invasor extranjero. En la imagen el contraste, el enfrentamiento, se produce entre los colores agresivos de la publicidad y el negro reconcentrado de la estatua. Quizá, poniéndonos a jugar a adivinos, la figura de Caupolicán tiene una simbología un tanto belicosa y por ahí se ha interpretado poco menos que se representa exageradamente la opresión del pueblo mapuche, y que es un llamado a la rebelión. Una cosa está clara: la fotografía no miente (no es un montaje); en todo caso, expresa un punto de vista.
En esos destellos de bisutería de los soles publicitarios, lo que vemos (¿o deberíamos decir lo que no nos deja ver?) son los focos de la globalización, la ilusión de la uniformidad –vestida de universalidad- que hace que olvidemos la raíz. No nos engañemos. Si hay alguna expresión demagógica presente en la fotografía, esta es precisamente la publicidad. La publicidad es el arte de la ilusión (que en portugués significa únicamente engaño). Por otra parte, más allá de interpretaciones simbólicas, la foto representa una denuncia objetiva de la contaminación visual que rodea el monumento que da nombre a la importante arteria de Temuco. Hay que cuidar los símbolos.
La foto, no puedo no añadir, me recuerda aquellos sonoros, brillantes versos de Darío: “Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, /le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, / y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán. // «¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta. / Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta», / e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.”, en cuya potencia y tenacidad parece resonar otra hazaña primordial, la de Gilgamesh, el primer héroe épico, atravesando la noche interminable hasta que de nuevo y por fin sale el sol. Como si esta vez, en una inversión de términos, como si viéramos un negativo, esa noche de colores debiera ser superada por el silencio de la identidad, la búsqueda interior de quien sale de la memoria preñado de luz nueva.
La fotografía de Héctor González de Cunco se dedica a distinguir las voces de los ecos, la apariencia de la autenticidad, a desenmascarar lo falso y a rescatar lo verdadero. Y la demagogia es precisamente una de las cáscaras que rompe. De entre sus retratos surge rotunda y hermosa la dignidad de la Araucanía, y en particular del pueblo Mapuche. Un pueblo y una región que están de enhorabuena, porque precisamente estos días Héctor González comunicaba que ha culminado la realización del proyecto fondart “Retrato azul de la Araucanía”, que es parte de un reconocimiento otorgado al poeta Elicura Chihuailaf, un regalo cercano para un pueblo en pie.
Javier Aguirre Ortiz
Columna publicada en Tiempo 21 de Temuco n°110
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