jueves, septiembre 12, 2013

Voces de dos orillas en Zurgai




Aupa, Joseba! 


En Zurgai me ha tocado de vecino Joseba Sarrionandia. Más de una vez al escuchar las musicalizaciones de Ruper Ordorika, México lindo y querido, he pensado si yo me siento fuera de lugar de modo parecido en la inmensa playa de Moncul (no es un juego de palabras o un mal chiste, la playa se llama así). Los lugares, una vez más, se superponen, se confunden. La arena de Moncul me resulta idéntica a la de la playa Salvaje de Sopelana. Pero sí, está esa sensación de no estar nunca donde uno está, por lo mismo, de ver reflejos, muy platónica la cosa, porque el verano no está donde le corresponde, porque el tiempo va al revés. Es como un jet lag interminable e irresoluble.









martes, septiembre 10, 2013

PIEL DE GALLINA




Claudio Maldonado, Piel de gallina, ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2013.

 El viejo susurro, carpe diem, de aquel profesor que ha motivado a tantas generaciones de estudiantes a querer transmitir el entusiasmo por la literatura, -carpe…- a tener fe en la profesión docente -…diem…- , el susurro de aquel profesor que se subía en las mesas y alborotaba a los directivos, recorre los pasillos de estas páginas libres, carpe, es el mismo susurro, la misma invitación, la misma lección aprendida, diem. Sólo que en Piel de Gallina el mensaje nos llega por la vía negativa. Los esfuerzos denodados de un profesor por llegar a ninguna parte, su aspiración a la jubilación total -¿verá Lizardo cumplido su sueño?-, el viaje por las oscuras galerías de unas visiones ácidas, corrosivas, desternillantes a veces, patéticas otras tantas, son una invitación a despertar, a aprovechar el día, a no dejar que nadie nos viva la vida, nos dicte nuestro infierno cotidiano. Son por eso las líneas de esta novela regueros de pólvora, una llamada a la rebeldía, pero desde la imagen contraria de la sumisión, de la somatización de un sistema inhumano: ver a Lizardo Melgarejo, el protagonista, debe hacernos reaccionar, reconocernos en su destino y tratar de escapar de las casillas de nuestra ficción, porque no puede ser esto la vida. ¿Qué mejor invitación a aprovechar el día que la contemplación de la muerte, como Hamlet frente a la calavera de Yorick? Y es que Lizardo es un muerto en vida.

Es por eso que intuimos –sabemos, en realidad, porque tenemos la fortuna de conocerle- que en Claudio Maldonado sigue vivo el aliento del profesor Keating, porque nunca ha desfallecido. Y Piel de Gallina es prueba fehaciente de ello. Ante los enveses del destino, ante las quinientas horas semanales, reaccionando contra la parte detestada de sí mismo que cuenta el autor que representa para él Lizardo Crisantemos Melgarejo, nos entrega este fruto delirante, esta piedra de la locura extraída de las presiones, de los sinsentidos, del absurdo en que una profesión tan hermosa como la docente ha podido llegar a convertirse. Por eso este libro no es un panfleto contra el sistema educativo, no es un libro programático: es el fruto de una catarsis personal; pero siendo esto un índice de su autenticidad, no estaríamos contagiados de entusiasmo si no fuera por su valor literario.



 Que Maldonado es un escritor con mundo propio y con armas de narrador ya lo había demostrado en su primer libro, Santo Sudaca. Uno de sus cuentos, por cierto, La rata de Judas, escrito de un plumazo en una noche de insomnio de profesor entre semana, contiene el germen de esta su primera novela. En él ya se apuntaban algunas de las características del mundo de Piel de Gallina, regido también por la arbitrariedad y el absurdo. No es en vano que el autor haya elegido la cita vallejiana “Absurdo, sólo tú eres puro” para encabezar su obra: tal y como también Valle-Inclán apuntó en su momento, una realidad deforme sólo puede ser retratada con una estética sistemáticamente deformada: ni la racionalidad, ni el calco, pueden dar razón del sometimiento monstruoso, de la crueldad de la rueda que avasalla día a día a los pollos que somos camino a la procesadora.

En cuanto a la estructura de la novela, también podemos notar su parentesco con su anterior publicación: si aquella era una colección de cuentos imbricados, aquí también los capítulos recuerdan a menudo a cuentos breves (algunos incluso lo son, como el relato La cucaracha previsora que un colega dedica al bueno de Lizardo); de modo que al terminar un capítulo, por el cuidado de sus finales, por su autonomía, se tiene la sensación de estar ante una pieza independiente, que no por eso deja de estar en la misma casa que las contiguas. Esta variedad mantiene despierto al lector, que no acaba de saber nunca lo que le espera, pues a menudo de un capítulo a otro cambia el punto de vista narrativo, y toman el relevo de la narración los personajes secundarios que van iluminando distintos aspectos de la vida del ajado profesor, protagonista agónico –su padre, su madre, su ex mujer Danixa o sus alumnos- que complementan la narración en primera persona de la aventura que vive mientras está en coma en el Colegio de Excelencia Avícola Taladriz, donde tendrá la misión de licenciar a unos pollos Golden Premium sapiens para que sean de la mejor calidad del mercado, preparándoles para todas las fases de la procesadora que les espera: el desangrado, el hervido, el enfriado, el trozado, el empaquetado…


Pero mejor no entremos en detalles ni nos pongamos demasiado sesudos, para eso están los análisis que le ha dedicado (y le seguirá dedicando) don Gilberto Sánger. Y es que ante todo Maldo es un gran bromista, por más que don Gilberto habría preferido la palabra iconoclasta (¿alguien dijo alguna vez que un bromista no pueda ser serio?). Claudio Maldonado es un profesor universitario que hace lo posible por prescindir del lenguaje de cartón academicista, y exprime al máximo la expresividad del habla cotidiana, popular, hasta flaite a veces, pero siempre viva, creativa, espontánea, y en cuanto puede la caricaturiza, de paso; y a cada paso le tuerce el cuello al cisne de plumaje flemático, y atiza un charchazo al lenguaje para que no se quede como estaba, para chascarle un hueso en un nuevo crac. Por eso abundan los diálogos chispeantes, que a ratos nos hacen pensar que el siguiente salto del autor podría ser hacia el teatro o el guión cinematográfico. La de Claudio es una escritura que huye de la letra muerta, que se niega a asumir cualquier predeterminación, cualquier gesto prefijado que no venga de su propia necesidad, y por eso parte continuamente en busca de nuevos recursos, inconforme, nerviosa, inquieta.


 Hace poco discutían dos amigos sobre Piel de Gallina. Comentaba uno que la novela puede leerse como una crítica brutal a la educación chilena, en un momento en el que el tema está candente, y que desde su dimensión literaria podría tener una repercusión importante por la radicalidad de su planteamiento, como toma de conciencia y llamada de atención desde su impacto estético. Quien más quien menos está interesado por el devenir de la educación. Pero es difícil caer en la cuenta de una manera tan extrema, tan reveladora, como la que provoca la lectura de esta obra, de los efectos de esa caída de Lizardo, no del caballo camino a Damasco, sino de las escaleras del liceo durante un simulacro de evacuación, porque sus visiones en el coma son el reflejo deformado de la insufrible realidad educacional, del invencible absurdo que se presenta como lógica y al que sólo un absurdo parejo puede oponerse. Pero habría que darle la razón al otro interlocutor, porque la obra no debe buscar ninguna justificación externa. No es un panfleto, no es una propuesta circunstancial, ni un manifiesto. Es una aventura literaria de la que se pueden hacer múltiples lecturas, todas diferentes, las de cada par de ojos que tengan la suerte de posarse y avanzar por sus páginas de lúcido delirio.







Lectura en Talca: agua de Trueno.














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