lunes, enero 30, 2012

AGUA SIN GAS

Dice José Saramago, en su Cuento de la isla desconocida, que gustar es la mejor manera de poseer y poseer la peor manera de gustar. La tierra no es nuestra, somos de la tierra. ¿Cuánto tiempo más seguiremos viendo la tierra, las personas como objetos? Quien cosifica al otro se empobrece, hacer de alguien un objeto sexual, lejos de realizarnos, nos desrealiza. Y realizarse no es un juego de palabras. ¿Por qué esa manía de establecer categorías que nos aíslan? La distancia más corta entre dos puntos es el camino de tierra, el camino que serpea, y no la línea recta, el tren de alta velocidad que olvida el viaje porque sólo quiere la meta. Más rápido, más. Siempre más. Pero apenas se ha saboreado, en la colección de lo innecesario, la fruta recién caída del árbol. Más rápido giramos y antes estamos de vuelta en el punto de partida, con las manos vacías, desorientados. Nos deslumbran los flashes publicitarios, las luces de neón, fosforescentes, los canales que dicen que estás allí y siempre aquello lejano es más interesante, más importante, aquí no es. Vamos con un control remoto que nos tiene bajo control, tan remoto que ni remotamente conocemos la sangre que nos mueve. Salimos en auto, y nos movemos de lado a lado sin llegar a ninguna parte, continuamente moviéndonos y continuamente desnortados. Y nosotros que creemos poseer trabajamos para quienes creen poseer la tierra, pero seguimos ciegos, engañándonos. No poseemos. Desarraigados, vagamos, arañamos sombras de posesión que nunca sacian, bebemos sed. ¿Hemos de seguir preocupados por parecer? Ocupémonos en ser. Desprendámonos de lo innecesario, de la competición que nos enfrenta aun a nosotros mismos. Queremos saciar nuestra sed con burbujas, subamos el cerro a pie, bebamos del hilo que surte la montaña: agua, agua sola, agua, sin gas que nos emburbujee ni nos llene de pequeñas oquedades ni nos ensanche de vacío. Agua fresca, agua normal y corriente, sin etiqueta, sin marca registrada, bebamos de la boca de la vida. El beneficio fácil a corto plazo es maleficio por venir. Cojeemos, al fin, del lado de la vida. No seamos cómplices del arribismo. Derribemos los muros horribles que separan los barrios, muros de Berlín contra el calzón roto. Poetas como Elicura Chihuailaf nos recuerdan que el capitalismo triunfante y desbordado no es el único modelo posible, “Señor ministro de salud, ¿qué hacer? Ay, desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer”.


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