La risa venerable
Está en Temuco un lama venerable, cuyo nombre probablemente él no pretenda que recuerde. Viene el lama con sus vestiduras y su peinado a la moda budista, y nos regala su sabiduría. El deseo nos engaña, nos daña, nos hace esperar, y el que espera desespera. El lama arremete, directamente, contra el corazón de nuestro sistema poblado de espejismos. Viene a quebrar las ilusiones porque las ilusiones -lo sabe el portugués- son engaños. Busca tras lo aparente la verdad. Morir para nacer. Dar muerte al orgullo que nos separa del bien que es convivir con el otro, dar muerte a la ira que nos altera la percepción, que nos ciega, nos cierra los sentidos, dar muerte a la duda que nos nubla y nos desaparece. Morir para nacer. Aprender la paciencia, incluír al otro en nuestra percepción de la realidad, que nuestro conocimiento, nuestra consideración no se reduzca a nuestros estrechos límites. Pero toda esta sabiduría, esta enseñanza, no se muestra con gravedad; explicada su profundidad de forma sencilla, viene coronada por una joya que esplende: la risa. En esa risa brilla la compasión, la caridad evangélica sin la que todo es nada. No es una risa obligatoria, no está en el programa; es algo inútil, como la poesía. Y sin embargo, sin ella, todo el edificio resultaría demasiado pretencioso, demasiado severo. Sí, sí, la risa. Es la risa, ñoras, ñores, la risa venerable.
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