jueves, diciembre 20, 2012

Maleabilidad de los límites



MALEABILIDAD DE LOS LÍMITES
Javier Aguirre Ortiz

La impresión que me ha producido conocer en persona y obra a Felipe Flekcha Christensen Arteaga es la de alguien que se enfrentó con éxito a los límites, que en su arte, en su mente y en su vida los hizo maleables, supo enfrentarse a ellos como superman al acero, o tal vez deberíamos decir inframan, porque la superación de los límites está más acá, no más allá, y acaso sólo el encogimiento, un recogimiento de duende, puede sustentar un mundo nuevo intocado por la gran apisonadora que está siempre al acecho.
Este santiaguino, a contracorriente, ha encontrado en Temuko el centro del mundo. La razón de que Flekcha Christensen haya elegido el Wallmapu como su lugar de residencia permanente, creemos adivinar, tiene que ver con los márgenes, con la aún posible idea de la frontera, del territorio al límite, y vamos dándonos cuenta de que la palabra límite tiene para este autor una importancia fundamental. No es cualquier cosa tener alas. Este hombre enciende de alas una bicicleta para convertirla en un grifo libertador, para decirnos que todos podemos incendiarnos y escapar del laberinto, pero su propuesta no es papel mojado, él la encarna y la defiende pluma por pluma.
Venid a ver, venid a ver, venid a ver el rostro de la muerte, nos repite Christensen, abran, multipliquen sus ojos, su paraíso está enfermo, nada es lo que parece, lo decrépito habita lo hermoso, que está podrido, debajo del mercado está el infierno, el televisor es un ojo de buey que nos engulle, salgan a la intemperie de la agonía, mira mis sueños esqueléticos, desollados, desnutrido paraíso invertido, invertebrado, todo es una chapuza por la que avanzar, trasladando escombros para un nuevo camino, vertiendo los destrozos para pisar en firme, con las candelas, aquí, con las estrellas, duerme.


 
Flekcha alcanzó el corazón de su arte -que es arte mayor- bajando las escaleras, conviviendo con las raíces. Y sobre todo, en guardia con los misterios fundamentales, encontrando (como dice Christopher Doyle, otro gran descentralizado) las mejores respuestas a las mejores preguntas, desde una óptica deformante (y quien vea su obra apreciará la importancia del término). Ya Valle-Inclán dijo en su día que "El sentido trágico de la vida (...) sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada." Por eso Christensen Arteaga viene a ser una especie de demiurgo amasando de nuevo el barro pensativo, avisando, cuidándose de no adormirse y de avisar, de despertar a los cavernícolas del Mall. Su desorden propone un orden nuevo.
Buena ocasión tenemos en el bar La Vida para ver una exposición de la obra de este visionario, que es capaz de dialogar de tú a tú (sin hacer ruido) con el propio Van Gogh. Su pelea no ha sido la competencia por los mejores lugares donde exponer, sino la búsqueda de más visiones, el trabajo callado del pintor. Algo que el tiempo acabará por reconocerle.

Escáner Cultural nº: 
 154

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